Nos dijeron que se llamaba capricho.
Los caprichos se consideran algo prescindible. Algo que no necesitamos en nuestras vidas. Algo que si nos lo permitimos, nos lo hemos tenido que ganar antes. Eso nos lo inculcaron muy bien de pequeñas. <<Te doy esto que te gusta a cambio de que hagas algo que no quieras o que te cueste>>
Ahora, de adultas, después de mucho aguantarnos las ganas y de privarnos, nos damos luz verde para tener aquello que verdaderamente deseamos y nos hace felices. Una boda o un evento de trabajo o meses de mucho curro sin pisar la calle para tener aquello que queremos.
¿Por qué el regalarnos placeres de una manera sana no puede ser lo natural?
¿Por qué llamamos lujo a lo que debería ocurrir con frecuencia? Y cuando hablo d lujo no hablo de cosas, si no de experiencias, vengan éstas en ocasiones a través de objetos.
¿Y todo esto por qué lo escribo? Porque la semana pasada mi amigo Oier me envió por sorpresa una chaqueta preciosa con una lana que le di hace tiempo. Bajo chantaje emocional por supuesto, apelando a nuestra gran amistad para que me cosiera algo. Eso sí, todo esto, hace 6 años. Así que, ¿ qué hay más inesperado que eso?
Me la puse y es otra historia. Me siento poderosa, elegante, inteligente y diferente. Impecablemente diferente. Y la chaqueta se lleva todas las miradas cada vez que me la pongo. Cruzar miradas con una extraña y pensar I know it’s so pretty girl! Es una sensación magnífica y todo el mundo se debería de poder sentir así varias veces a la semana. Like a queen.
Y me dio por reflexionar cómo la moda rápida se ha cargado el que nos sintamos especiales. Nos han hecho creer que la posibilidad de comprar más prendas pero iguales a las de los demás es la verdadera riqueza, democracia y satisfacción con la vida. Todos por igual. No vaya a ser que alguien destaque. Cuando lo que nos han extirpado es la posibilidad de apreciar la artesanía, el amor por las cosas hechas a mano y de decidir quienes queremos ser.
No se si tenéis algo hecho por alguien en vuestros armarios, pero late distinto. Algo que os haya hecho vuestra abuela o una amiga. La prenda está como viva, es especial. Pero yo de momento no he tenido esa misma emoción con una camiseta básica de algodón. Es como querer tener buen sexo con un hombre que es un machista. Can’t happen.
Y a mi, Oier me regaló eso, el ver como te emocionas cuando recibes algo hecho especialmente para ti. Porque yo me dedico a hacerlo para los demás, y aunque me haga mi ropa, no había vivido el que alguien hubiera hecho algo para mi con todo el cariño del mundo. Hasta lloré.
Tal y como está montado el sistema, nos hacen creer que somos ricos porque tenemos muchas cosas: muchos pendientes, muchas camisetas, muchos abrigos, muchas tazas, muchos bolsos. ¿Pero qué tiene eso de especial? ¿Es verdaderamente rico el tener mucho de todo pero de pésima calidad? Porque yo prefiero tener menos y que me guste, que un armario lleno de trapos que soy incapaz de recordar.
<<Me voy a dar un capricho>> <<Me voy a dar el lujo>> Son frases prehistóricas. Deberíamos apuntar hacia cosas de calidad y normalizarlo en nuestras vida. Porque no nos merecemos menos. Porque lo normal sería amarse bien y actuar en consecuencia. Masajes, viajes, buena música y amistades bonitas debería de ser la constante en nuestras vidas.
Debería haber más <<Porque sí>> en nuestro día a día, más tratarnos bien y cuidarnos sin pensar en si nos lo hemos ganado, porque sea así o no, seguro que nos lo merecemos. Y no llames capricho al disfrute, porque el disfrute debería ser lo natural, y el estar mal lo extraordinario.
¡Buen buen finde!
Love,
Nu