Digamos que Galicia me sentó de puta madre este verano. Llegué a Cadiz y caminando a la playa me di cuenta de que me rozaban los muslos. Ok. That’s new. That never happened before.
Gracias a Dios la falda que llevo siempre, se puede aflojar y no me obliga a soltarme el botón como mis vaqueros favoritos últimamente en cada restaurante al que voy. Supongo que volveré a mi rutina habitual y lo más probable es que el cuerpo vuelva a estar como estaba. O quizás no. And that’s alright. El caso es que no como ni hago deporte con el objetivo de estar delgada, sino con el objetivo de ayudar a mi bienestar. Y mientras me sienta bien de verdad, no voy a ponerme a medir comida, ni a quitarme de aquí y allá, ni a subirme a una báscula ni a entrenar el doble solo porque me veo barriguita.
Lo peor es que muchas veces amoldamos el aspecto de nuestros cuerpos en función a lo que creemos que esperan los demás de ellos. Medimos su valía en función de lo que le atractivo que lo encuentren los demás. Y en función de lo que gustemos así nos querremos. Y escúchame, está estupendo que te guste gustar, otra cosa es que lo busques a toda costa y eso te lleve a usar tu cuerpo como medio para encontrar la aprobación externa y le tortures en el camino para “conseguirla”.
Pero si de gustar se trata, siempre hay público. Tú puedes estar pensando que tus tetas son chiquiticas y estoy segura de que ellas también paran el tráfico. Esa es la conversación que tuve con las mías este verano: “y yo que no os quise nunca y resulta que tenéis admiradores, casi se mata en la moto ese pobre baboso”. Esas teticas que no quieres mirar en el espejo tienen un público que se las quiere comer, esa barriga que crees que te sobra hay quien se la quiere comer y ese culo al que desprecias por gordo, hay quien lo quiere comer.
La verdad es que no quiero estar en guerra con mi cuerpo. Sería contraproducente para mí, para mi paz mental y para la gente a mi alrededor. Además que quiero ser ejemplo para los más pequeños de equilibrio y de tratarse con respeto, no quiero convertirme en las mamás o las tias que desprecian sus cuerpos frente al espejo convirtiendo en presas fáciles a cualquier niña o niño a su alrededor de un tca. Podemos educar mejor y educando mejor, convertirnos en mejor compañía para nosotras mismas de rebote. No podemos pedirles que se respeten cuando no tienen ejemplo a seguir. No funciona así.
Esto requiere de horas de lectura y de una cabezonería particular para quererse. Esa cabezonería que cuando te despistas y no te gustas, te trae de vuelta a la cordura, a esa cordura donde te alimentas para nutrirte y haces deporte para que tu cuerpo esté sano. Todo el mundo nace queriéndose, luego aprendes a no hacerlo, (mejor te desprecias tú antes de que otro lo haga) y después nos toca aprender a quererlo de nuevo porque la falta de amor es algo insostenible, lo tiñe todo de oscuridad. Así que acabas petando y sanando. Descubriendo una nueva actitud en la que decides ya no cargar con tanta gilipollez, y menos con la tuya propia.
También de digo, aun con los muslos besándose, me gusta mi cuerpo de mujer que se me está poniendo. Me siento como fuerte, iba a decir poderosa en realidad, pero poderosa me suena a mujer que te quiere vender un curso online, iykyk, pero poderosa is how I feel. Creo que mi cuerpo cada vez es más coherente con mi manera de pensar (y lo único en lo que pienso es en un reverse cowgirl)
Magnificent.
Love,
Nu.
Solo vengo a agradecerte de corazón tus palabras. Intentando salir de un TCA y luchando con uñas y dientes por no retroceder cada vez que noto que no se me marca algún hueso o tendón que antes sí. O que ya no me baila la ropa. Esto es necesario repetirlo a diario. Cabezonería al poder y sí, yo tampoco quiero hacerme cada día más pequeña y también quiero sentirme poderosa en un cuerpo de mujer. Gracias gracias Nuria