Las influencers, ésas (a las que tenemos) mal acostumbradas.
Los consumidores tienen el poder. Y sí, son los que deciden por donde va el mundo. Y si cuatro tías con el starter pack de influencer en la cara: lip fillers, fake tan, nose job, baby botox y su buen filtro están ahí arriba, es porque la gente las puso dándoles su atención y dinero, comprando lo que les recomiendan (que nos recomiendan previo pago de las marcas en sus cuentas, por supuesto)
Esta carta está inspirada por un correo que recibí hace poco: Os escribo ya que X asistirá a los premios X y le encantaría poder llevar uno de vuestros vestidos a cambio de contenido en redes ¿Es posible? Adjunto la idea de vestido que X tiene en mente por si tenéis alguno parecido o pudiéramos hacérselo. Inserta aquí (sin ponerse colorá) una selección de vestidos que no son de Cléa.
Y esto para ellas es lo normal. Y si es lo normal, es que hay mucha gente en el sector moda, belleza y lifestyle que se lo consiente. Yo es que ya me desenamoré del momento influencer. Cuando les contestas que no hay nada así pero que se puede hacer un diseño a medida por encargo, se les olvida contestar. Seguirán buscando a su diseñador favorito: que es aquel que se lo dé gratis, copiando y a 14 días del evento. Ya viví que te pidan coser un conjunto para recoger un premio, meterlo con calzador, echarle más horas al día para después recibir un correo que dice <<No recogimos las prendas ya que al final decidió llevar un traje>>
Olé tú.
Como si el tener millones de seguidores te diera permiso a hacer lo que te dé la gana y a olvidarte de los buenos modales. <<Es lo que hay que hacer para vender Nuria>> dirían muchos. Y todos como borregos a pasar por el aro eclipsados por la creencia de que cuando alguien famoso se ponga tu ropa pegarás el petardazo. Eso lo conseguirá Rihanna o Zendaya. No una de por aquí tan enamorada de sí misma que se le olvidó la humildad. Hay cosas más allá de hacer dinero aunque todos queramos vivir bien de lo que amamos hacer. Y si tienes una marca pequeña, que está creciendo y sientes cariño por ella, cualquier influencer no sirve. Y no todo el mundo es tu público, aunque todo el mundo te pueda comprar. No sé si me entiendes. Y tienes que saber decir no a los caramelitos que te pongan delante y ser coherente con tu marca. Si una persona no encaja con tus valores nada de ceder tu ropa por muy famosa que sea y por muy grande que sea la revista en la que va a salir, comprar puede cualquiera, otra cosa es que tú respaldes a esas personas.
<<Esta cativa é tonta>> como dijo mi abuela después de enterarse que me negué a vestir a una persona que ella consideraba una oportunidad para crecer <<Qué importa o que faga ela>>
Hacer un vestido gratis, para obtener malos seguidores (si ocurre) y que no se genere una venta es frustrante, drenante y te hace sentir tonta, pero esta vez de verdad y no porque te lo diga tu abuela, si no porque no te pusiste en valor. Si tienes una marca, tú tienes que descubrir quién eres, quien te compra a ti y el porqué. En mi caso, desconozco la gente que consume el contenido de esa chica que me pedía vestido, pero ya te digo que no andan para entender y comprar Cléa. Me huele más a consumir rápido y barato. Y yo no soy eso. Yo soy algo más cara (aparentemente), duradera y atemporal (sexy, elegante y naive por descontado).
Siempre va a ser más orgánico y natural una influencer pequeña. Este papel lo pueden realizar tus clientas contentas con su compra. No hay mejor carta de presentación que esa. Quien aporta valor de verdad no va por ahí diciendo que es influencer y simplemente comparte lo que le funciona, su día a día, para quien le pueda inspirar, aquello en lo que creen con todo el corazón. Si le pagan por publicidad, me parece cojonudo, pero al menos sabrás que no harán promoción de lo primero que les pague los caprichos, de algo que ni siquiera usan. Cuando “influenciar” se convierte en un trabajo a tiempo completo, pierde la gracia, la espontaneidad, aburre horriblemente y genera más ansiedad en esta sociedad que anhela simplemente estar en paz consigo misma.
Aún así, hay influencers buenas, adultas, coherentes y humildes también. La influencer que no es una calientaorejas es una maravilla. Hay algunas que vienen enseñadas de casa. Que lo hacen bien. Y que no te chupan la energía si no que inyectan vida a tu marca. La que además de poder llevar tus prendas, con una educación y cuidado increíbles, compra, confirmando que lo que dice bonito de tu marca no es palabrería barata, si no que quiere ayudar también a tu proyecto desde su plataforma y bolsillo. Esa se merece todos los regalos del mundo. No las que no quieren pagar ni la tarta del cumple de su hijo, menudos huevazos.
Y no voy a entrar a hablar de las que se marcan stories diciendo cosas como <<Creo en un mundo mejor, en la vida consciente>> para acabar en Primark recomendado el lanzamiento de algún producto.
Esta carta se la dedico a esa mujer que gritaba a su novio en la calle <<Que no sé estar sola, que yo necesito alguien para ir a los eventos, que me acompañe a las fiestas>>
La vida de quien quiere ser influencer es muy difícil, para quien no, un placer, esos influenciarán, sin desearlo.
Love love love,
Nu.