Cuando era pequeña creía que lo único importante era ser guapa. Existía esa veneración por la belleza, la delgadez y las tetas grandes. Lo de las tetas grandes lo intenté sin ningún tipo de éxito, hasta el borde de casi generarme un choque anafiláctico por ingesta de almendras.
Y en ese no entender qué es la felicidad ni cómo se siente y querer encontrarla, ves a esas modelos sonrientes, famosas, fabulosas y falsamente decides que la solución es ser modelo. Si los demás me llamasen guapa y me dieran su aprobación ¿ya sentiría felicidad no? Con 12 años decía que quería ser maestra de inglés, diseñadora de moda y psicóloga. Y de esas tres, dos son una realidad y otra me la creo, de vez en cuando, sin título.
Pero hoy vamos a hablar de mis 16 kilos menos hace casi 16 años. Una amiga y yo estábamos en una agencia de modelos y otra aquí en Madrid nos preseleccionó para un concurso y nos querían ver en persona para medirnos y para pesarnos. Nos tomaron fotos y después nos llevaron a la farmacia. De altura pasamos las dos, teníamos que medir más de 1,75cm pero yo pesaba 51 kilos. Y lo que me dijo mi agencia es que no me cogieron porque en una semana no me daba tiempo a perder tres kilos antes de ir a París. Así qué con 20 años me obsesioné con pesar esa cifra y paseaba de farmacia en farmacia hasta que conseguí el ticket que ponía: PESO: 48 kilos. Sé perfectamente en qué farmacia comenzó todo y en qué farmacia me alegré tremendamente de ser un esqueleto.
Además debemos añadirle a todo este despropósito, un novio que me recordaba que las modelos en Madrid estaban todavía más delgadas que yo, y que si se me caía o me engordaba el culo me iba a dejar. Bastante violento para un niñato de 20 años con el coeficiente intelectual de un besugo. Hasta hace unos años aún recibía correos suyos diciendo que debíamos vernos. Ay, es que a aquella Nuria que recuerdas, la mataste tú.
Anyway, comía como un pájaro. Nunca llegué a dejar de comer del todo, nunca vomité nada, simplemente no me nutría, bebía Nestea sin azúcar para mear más y mil mierdas integrales y piña. Una puta vergüenza. Cuando llegué a esos 48 kilos volví a Madrid a que me volvieran a ver en una agencia. Me dijeron que tenía el cuerpo perfecto pero es que ahora las estaban buscando rusas y rubias. Era verano y lo único que comí en todo el día fue una de esas mini ensaladas de pasta, casi ni bebí, a 38° en pleno verano. Y todo porque nadie me enseñó que antes de disfrutar de la aprobación de los demás, podía quererme yo misma y listo. Me pasé gran parte de mi vida decidiendo mi valor en función de las opiniones de los demás y así me iba. Un infierno en mi cabeza.
Con el culto a la delgadez que existía aquel momento nadie se dio cuenta de que tenía un problema. Mucha gente me miraba y decía “Qué suerte tiene Nuria que está tan delgada” cuando yo simplemente estaba como una puta regadera, no me quería, no me gustaba, no era feliz y simplemente no estaba en mí misma. Simplemente tenía un armario que me permitía camuflar mis miedos sin que nadie se diera cuenta. Mi amiga Lourdes me recordó hace poco que cuando íbamos a Zara le preguntaba si yo estaba más delgada que los maniquís. Ella me decía que mucho más. Yo le contaba que cenaba un yogur y un kiwi. Si pudiera volver atrás me daría un abrazo enorme. Me están dando ganas de llorar de pensar en lo perdida que estaba. Sin embargo, como no hay mal que 100 años dure, esa relación con ese novio terminó en un momento de inspiración divina y con ella, mi relación con esa agencia de modelos. Y bueno, trabajar de maestra me ayudó mucho también. Muchas veces son las compañías mal elegidas, que nos alimentan ideas que no van a buen puerto. Muerto el perro, se acabó la rabia.
Perdonarte, convertirte en una buena amiga para ti es lo que te toca. Dejar de pensar que eres esa niña que se castigaba por no ser suficientemente buena dejando de comer y que ahora eres una mujer adulta que debe, quiere y puede tomar mejores decisiones.
Sanas cuando ya no quieres ser ni modelo ni niña mona para que te quieran. Cuando sólo quieres ser tú. Y si les gusta, bien y si no, pista. Te tienes que cansar de ser autodestructiva, desengancharte de ese hábito malo pero conocido y dejar que entre el bueno por conocer. Vale más eso. Dejar de vivir para castigarte y torturarte, y vive para darte uno, diez y mil respiros. Por favor. Y sé que la mente cuando creciste en un hogar en la que tu bienestar emocional ni se le buscó ni se le esperó, te puede pasar un mal rato de mayor. Sin embargo, mi reina, con cariño, decisión y sin tirar la toalla, la paz llega. Y esa no te la va a dar ni tu pareja, ni tus amigos ni tu familia. Tú. Nadie te va a salvar ni siquiera esa persona que tu crees que lo está haciendo. Eres tú la que da o quita permiso a tu tranquilidad. Y lo harás con alegría los días en los que la paz llega fácil y con cariño los días en los que has caído en volver atrás. Sin juzgarte sin etiquetarlo como un retroceso, vuelves a elegir hacerlo mejor al día siguiente. Hasta que hacerlo mejor no sea una posibilidad porque ya estás en “hago lo bueno para mí” No como premio si no porque es sentido común.
A día de hoy no me peso. Me la pela ¿me siento dejada físicamente? ¿Sin fuerza? Vuelvo a mi rutina de pilates diario y como mejor, pero nunca hago eso para llegar a los kilos que mi mente eligió como adecuados. Eso es demasiado antiguo. La obsesión con la báscula. El “Tengo que perder tal peso” No marichocho. Tienes que hacer deporte para sentirte bien, ágil, fresca, para dormir mejor. Y comer sano para que la piel brille y el cuerpo no duela. No para entrar en un puto vestido de mierda, en una talla que no es la tuya y mil tonterías más. Dejemos de decir estas cosas en voz alta y mucho menos delante de los niños. Vamos a ser mejores ejemplos.
Y terminando esta carta bajo una sombrilla en Lavapiés, la chica de la mesa de al lado acaba de contar que su endocrino le dijo “Gorda, ponte a dieta” Y claro, cuando esa es la calidad de ciertos médicos no nos podemos exigir más por habernos faltado el respeto a nosotras y a nuestros cuerpos en algún momento antes de haber aprendido a quererlos como son. No dejéis que nadie opine, violente o invada vuestro cuerpo. Se lo explicáis educadamente donde están vuestros límites, y si no los entienden, los mandáis a tomar por culo de mi parte.
Nos toca ser amables con nuestro recorrido, con lo que hicimos y con lo que estamos aprendiendo a hacer mejor en la relación con nuestro físico. Basta de quedar con amigas y hablar de que nos damos asco y que llevamos la dieta mal. Por favor, vamos a espabilar. Nos lo debemos.
Que tengáis buena semana,
Love,
Nu